Los diez mayores (1907)

Sala 209

Hilma af Klint comenzó a trabajar en Los diez mayores a raíz de una revelación: sus guías espirituales le encomendaron que realizara “diez cuadros de belleza paradisíaca”, que debían dar al mundo una visión de las cuatro etapas de la vida. La artista ejecutó estas obras pertenecientes a sus Pinturas para el templo con gran celeridad, probablemente en el suelo del estudio —al menos en parte— debido a su colosal tamaño, y ayudada por dos compañeras de su círculo, Cornelia Cederberg y Gusten Andersson.

Con un formato poco frecuente para la época y pintadas al temple —técnica que nos retrotrae al Renacimiento y a los retablos de las iglesias florentinas que Af Klint había admirado pocos años antes, con ocasión de un viaje a Italia—, estas obras representan las cuatro etapas de la vida: Niñez, Juventud, Madurez y Ancianidad. Como gran parte de las Pinturas para el templo, también exploran aspectos de la relación entre lo masculino y lo femenino.

Los dos primeros lienzos, con fondo azul, representan la infancia; a medida que la serie avanza hacia la juventud, el cromatismo de los cuadros cobra viveza y el fondo adopta un naranja intenso. Sobre un tono violáceo se desarrollan las composiciones que abordan las distintas fases de la edad adulta. Al llegar a la ancianidad, las imágenes, sobre fondos ocres, se vuelven más sobrias e incluyen figuras simétricas y geométricas: las espirales amarillas y azules del área superior del cuadro inicial parecen trazadas con un compás; bajo las mismas, se distingue una mandorla o vejiga de pez, símbolo antiguo que alude a una progresión hacia la unidad y la culminación, y podría representar aquí a una divinidad que ha incorporado tanto el principio femenino como el masculino.