Pintura y escultura moderna
29.05.1999 - 14.05.2000
Esta instalación de la Colección Permanente compuesta por obras pertenecientes al Solomon R. Guggenheim Museum y al Museo Guggenheim Bilbao, pone de relieve la cambiante trayectoria de la vanguardia durante la primera mitad del siglo xx. Europa vivía algunos de los acontecimientos históricos más decisivos: las consecuencias de la industrialización, las guerras mundiales, la Revolución Rusa y la Guerra Civil española. A comienzos del siglo xx los artistas se agrupaban en torno a diferentes asociaciones o movimientos que defendían unos ideales nuevos que iban más allá de lo puramente estético y que se denominaron las vanguardias artísticas.
Fueron estas vanguardias las que encabezaron la rebelión crítica contra la sociedad tradicionalmente constituida y que se replantearon la gran herencia figurativa del arte occidental. La obra de arte moderna comenzó a ser en sí y por ella misma su propia realidad, sujeta más a las leyes del arte que a las de la naturaleza. A partir de entonces, la fuente y justificación del arte radicarían en situaciones mentales más que en el mundo de los fenómenos.
Los primeros años de este siglo trajeron consigo el triunfo de muchos de los revolucionarios valores nacidos el siglo anterior. En este contexto, alrededor de 1907 varios artistas comenzaron a experimentar propuestas nuevas. Georges Braque y Pablo Picasso encabezaron el movimiento cubista, uno de los más innovadores e influyentes de este siglo. Artistas como Picasso, Robert Delaunay, Lyonel Feininger, Albert Gleizes y Juan Gris rechazaron la perspectiva tradicional y rompieron con la apariencia ilusoria de profundidad. Los objetos se mostraban desde varios puntos de vista simultáneamente, fragmentados en planos geométricos. A diferencia del Cubismo, el Expresionismo Alemán buscaba la expresión del mundo interior del artista. Heinrich Campendonk, Vasily Kandinsky, Ernst Ludwig Kirchner, Oskar Kokoschka, Franz Marc, Emil Nolde y Egon Schiele comunicaban sus emociones mediante colores vivos y una pincelada agitada, en su exploración de las emociones subjetivas. Más adelante, Kandinsky rechazaría en sus Improvisaciones prácticamente cualquier vestigio del mundo natural influido, al igual que Paul Klee, por el ejemplo de la música.
Dos baluartes de la abstracción emergieron casi simultáneamente en las primeras décadas de este siglo, uno defendía una estética racional que enfatizaba los principios de la geometría y de la teoría del color: la abstracción geométrica; el otro se inspiraba en el mundo del inconsciente y abogaba por un arte de pura imaginación: el surrealismo. La abstracción geométrica llegó durante la Primera Guerra Mundial, de la mano de artistas de Alemania y Rusia. Sus principales representantes pretendían suprimir en sus composiciones toda referencia a la vida objetiva y ver así "la vida a través del puro sentimiento artístico". Al mismo tiempo, en Holanda se desarrolló un movimiento radical alrededor de la revista De Stijl. Piet Mondrian, su máximo representante, predicaba un lenguaje estético universal que combinaba las formas geométricas con el uso predominante de los colores primarios, además del negro y blanco. Así mismo, los principios teóricos y prácticos de la escuela alemana de la Bauhaus, basados en la funcionalidad y la tecnología, influyeron enormemente en la evolución de la arquitectura y las artes de nuestro siglo. Josef Albers, Kandinsky, Klee y László Moholy-Nagy, entre otros, impartieron clases en esta escuela y consolidaron el cambio estético iniciado desde el cubismo y el expresionismo hacia la total abstracción. Por el contrario, los artistas del movimiento surrealista pretendían trasladar el mundo del subconsciente al lienzo. Influidos por la teoría freudiana del psicoanálisis, utilizaban técnicas del automatismo psíquico con el fin de expresar las imágenes soñadas por los mismos artistas, de forma que la consecuente mezcla de lo racional e irracional se convirtió en una constante en sus obras. Los surrealistas hicieron alarde de una gran imaginación plasmando de forma innovadora, casi infantil, sus experiencias alucinatorias y oníricas que produjeron un gran impacto en la sociedad tradicional de la época. A través de la influencia de las pinturas de Joan Miró y las esculturas y relieves de Jean Arp, las formas biomórficas se convirtieron también en elemento primordial en muchas de las obras surrealistas.
El triunfo del fascismo y la Segunda Guerra Mundial provocaron la huida de numerosos artistas europeos a EE.UU., principalmente a Nueva York. Entre ellos destacan antiguos profesores de la Bauhaus, como Albers y los principales representantes del surrealismo, que ejercieron una importante influencia en las nuevas generaciones de artistas norteamericanos, como por ejemplo en los que formarían el movimiento denominado expresionismo abstracto. Estados Unidos se convirtió, así, en el heredero del legado europeo y en nuevo centro artístico del mundo occidental. El expresionismo abstracto, o pintura de acción, fue el primer gran movimiento artístico americano de la posguerra. Los principales pintores de esta tendencia trataron de aunar forma y emoción, centrando el contenido de su pintura en la expresión de la personalidad del artista y evitando los estímulos exteriores. Algunos artistas como William Baziotes, Willem de Kooning, Adolph Gottlieb y Robert Motherwell practicaron una pintura de trazo enérgico y gestual. Utilizaban además del clásico pincel, diferentes y novedosos procedimientos de aplicar la pintura (como el goteo o el vertido de pintura directamente del bote), afirmando con ello la importancia de la superficie pintada. Con estos métodos, los artistas lograban unas formas desdibujadas distribuidas sobre el lienzo de manera bastante desigual, lo que daba a la obra un aura de espontaneidad. Otros artistas como Mark Rothko y Clyfford Still acentuaron la naturaleza universal de las aspiraciones humanas a través de grandes planos de color, lo que hizo que algunos críticos utilizaran el adjetivo de "místico" en su descripción de sus obras.
Robert Motherwell
Estudio fenicio rojo (Phoenician Red Studio), 1977
Acrílico y carboncillo sobre lienzo
218,44 x 487,68 cm
Guggenheim Bilbao Museoa