En busca de lo que faltaba

“La soledad que experimenté en Alemania era diferente de la que conocí en Japón: era una soledad que no estaba vigilada por nada ni nadie. Al fin y al cabo, al principio ni siquiera hablaba el idioma. Sin embargo, cuando dibujo, quienes deseen entenderme pueden traspasar la barrera del idioma y empezar a comprenderme tras contemplar mis cuadros. Por eso, para lograr esa comprensión, insisto en dibujar todos los días”.

Yoshitomo Nara
 
Tras completar el máster en la Universidad de Bellas Artes de la Prefectura de Aichi, con la intención de ampliar horizontes y continuar su formación, Nara se trasladó a Alemania. En su primer viaje a Europa, en 1980, con veinte años, había podido contemplar en persona la obra de los maestros modernos europeos, y pinturas altomedievales y renacentistas. Aquellas vivencias fueron sumamente reveladoras: quedó fascinado y descubrió que esas obras ejercían un gran magnetismo emocional sobre él. También adquirió un enorme aprendizaje a partir de la pintura de los impresionistas, los expresionistas y los artistas asociados a la Escuela de París. Se inspiró en su filosofía, su espiritualidad y sus técnicas para replantearse todo lo que había aprendido hasta entonces.

Tras haberse matriculado en 1988 en la prestigiosa Kunstakademie de Düsseldorf, los años siguientes resultarían claves para su evolución artística. Su desconocimiento del alemán lo llevó a regresar conscientemente al estado de soledad que había caracterizado su infancia y a descubrir que necesitaba comunicarse a través del arte.

En la Kunstakademie, estudió con una de las figuras más destacadas del Neoexpresionismo, el artista alemán A. R. Penck, cuya influencia ya era evidente tanto en el enfoque formal de Nara —figuras plasmadas toscamente con pinceladas sueltas y colores vivos e intensos— como en su iconografía, que combinaba lo mundano y lo espiritual configurando una mitología propia. Penck advirtió cierta discrepancia entre la pintura y el dibujo de Nara en aquel periodo y le aconsejó que integrara ambas disciplinas. Así, mientras mantenía sus contornos gráficos, Nara simplificó sus composiciones narrativas y comenzó a reducir el uso del color, dando lugar a imágenes más audaces que no tardaron en ser reconocidas por su individualidad y originalidad.

En esa época creó Nara sus características figuras infantiles de gran cabeza y grandes ojos muy abiertos, emocionalmente muy directas, que se antojan adorables a primera vista, pero cuyos rasgos exagerados y enigmática pose resultan un tanto extraños y desafiantes. También surgen entonces nuevos temas, como personajes que aparecen sentados o de pie en el interior de una caja, algo aparentemente simple o anecdótico que, no obstante, posee relevancia, al considerar el artista la caja como un símbolo de cobijo y protección.