El cisne (1915)
Sala 208
En 1908, Hilma af Klint se tomó un descanso en la creación de las Pinturas para el templo. Por aquel entonces, tuvo que cambiar de estudio y su madre perdió la vista, requiriendo sus cuidados. Cuando en 1912 Af Klint reanudó este ciclo, afirmó que los espíritus seguían guiándola, pero no del mismo modo que antes; ahora tenía mayor capacidad de maniobra en la elección de los colores y la composición, adoptando un papel más directo en la producción de sus lienzos.
El cisne refleja bien esta evolución tanto en las formas —que partiendo de la figuración van tornándose cada vez más abstractas y geométricas hasta la última obra, donde se retoma la figuración— como en la gama cromática, inicialmente reducida al blanco y negro, con ligeros toques de amarillo y azul, que transmite las dualidades de lo masculino y lo femenino, la luz y la oscuridad, la vida y la muerte.
Según Helena Blavatsky, fundadora de la teosofía, este majestuoso animal encarna la grandeza del espíritu, mientras que la alquimia atribuye al ave el simbolismo de la unión de los opuestos, necesaria para la búsqueda y el descubrimiento de la piedra filosofal. La artista integra estos significados con sus propias y singulares interpretaciones del tema, que ya había aparecido en obras anteriores.
Finalizada la serie de las Pinturas para el templo, en 1915 Af Klint escribió que “donde la guerra ha destrozado plantas y matado a animales hay espacios vacíos que podrían volver a llenarse con nuevas figuras, si hubiera suficiente fe en la imaginación y en la capacidad humanas para desarrollar formas superiores”.